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Aferrarme a ti

  • Maria
  • 20 jun 2017
  • 3 Min. de lectura

A veces miro fotos de ti y de mí, de hace un par de años, y me parece mentira que hayamos pasado tanto. Que hayamos superado, saltado, reído y llorado tantos obstáculos. Porque supongo que en eso se basa una relación, en superarse día a día. Aunque últimamente esos obstáculos nos han superado a nosotros. Y nos siguen superando. Y me preocupa, al igual que me ha preocupado siempre. Porque esos impedimentos, esos problemas, siempre han estado ahí. Pero hemos sabido callarlos, silenciarlos, no hacerles hueco mientras la distancia llegaba a cero y tú me abrazabas de nuevo.


Dicen que de todo se sale, que el tiempo todo lo cura, que paso a paso y día a día es la manera correcta de hacer las cosas. ¿Pero y si no es así? Tú y yo nunca hemos tenido una relación normal, ¿por qué debíamos seguir lo convencional para arreglar algo que nunca ha sido normal? ¿Por qué arreglarlo a su manera, y no a la nuestra? ¿Por qué no aferrarnos a la palabra futuro y luchar por ella?


Sé que la palabra futuro te asusta, y que yo no he hecho más que pedirte que creas en ella, que confíes en que puede existir un futuro cercano. Pero eres de los que cree que la palabra futuro tiende a referirse al paso de más de un par de años. Nadie lo ve como algo cercano. Pero no tengo otro nombre con qué llamar a la necesidad de tenerte. De tenerte de verdad. De olvidar las prioridades, los kilómetros, las despedidas; y poder quererte. Cada día. Sin otro impedimento que no sea el cansancio, el estrés, las ojeras, la falta de sueño, o quién cambia el canal de la televisión que seguramente, nunca tengamos.


Quiero sentir que te tengo, que no vas a irte. Quiero que no me importe estirar el tiempo, porque sé que al día siguiente estarás. Y al otro, al otro, al otro… Que te tendré cada día de la semana, incluso los lunes, en el que el mal humor ocupará toda la cama y el sueño los dos cafés de las siete de la mañana. Quiero creer que un día serás tú el que me hará el café, porque sabes que al día siguiente me ocuparé yo.


Quiero creer muchas cosas. Y últimamente me he olvidado de lo que era creer en ellas. Me he olvidado, yo…, de lo que era un futuro contigo. De lo mucho que lo necesitaba a tu lado. De mis enfados por no tenerlo, del tuyo por no entenderme, de mi tozudez en intentar explicarte, que hasta que no lo tenga, no podré ser feliz. Y es cierto.


Porque tú, amor, eres una de esas Oneidas. Porque eres algo que espero con impaciencia. Tenerte día a día. Sentir que me quieres y que no me pregunto si será así siempre, o por qué lo haces. Eres parte de esas situaciones que considero Oneida. Y ojalá un día dejes de serlo. Pero hasta que llegue ese día… Debo seguir esperando. Al igual que tú, espero.


Quiero decirte que al final tú no me has dado motivos para seguir esperando, me los he encontrado yo entre despedida y despedida, entre recuerdo y recuerdo, entre cambio y cambio. Necesitaba pequeñas cosas a las que aferrarme, y una de ellas es la paz que transmites cuando me abrazas por la espalda a media noche y yo, medio dormida, me aferro más a ti. O cuando puedes calmarme con un simple abrazo. O aquel “descansa” por Skype. O la calma que transmites cuando sé que me vigilas y se me cierran los ojos, pero tú estás ahí.


También me aferraré a todas las notas que me dejas en la habitación cada vez que te marches. Sé que un día las dejarás en una taza de café cuando se me hayan enganchado las sábanas y tú tengas que irte a trabajar, o cuando simplemente, te apetezca hacerme sonreír. Quiero aferrarme al hecho de que un día viviremos bajo el mismo techo, que lo mío será tuyo y lo tuyo será mío. Y que los post-it también formarán parte de ese caos tan bonito al que, espero que un día, llamemos hogar.


Por último, solo me queda decirte y pedirte que te imprimas esta carta y la dejes en un lugar a vistas. Así cada vez que discutamos recordarás a qué me aferro, incluso cuando esté enfadada y no quiera admitirlo, lo seguiré haciendo. Ya te lo dije, te gritaré y te llamaré cansada de que no sepas darte cuenta de las cosas, pero cuando vuelvas volveré a ser la que era. No puedo no quererte. Ni perderte. Es de las peores cosas por las que pasaría nunca, pero eso ya lo sabes.


Espero que, un día, con un vestido blanco o sin él, me susurres: ¿Me permites este baile?


Y ya no deba aferrarme a nada.


Solo a ti.


 
 
 

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